El Cuaderno de Sergio Plou

      

viernes 1 de octubre de 2010

Una vida cristalina




  La actualidad se acelera de tal forma que tenemos la sensación de estar a punto de descarrilar, pero una cosa es la vida y otra muy distinta lo que nos dicen que es. Hay gente que se siente dañada por las noticias. Por ejemplo, hay personas que acuden a un partido de fútbol y luego ven la tele confiando en que van a contarle allí lo mismo que acaba de contemplar con sus propios ojos y descubre con indignación que los comentaristas han debido estar en otro encuentro, porque lo que oyen no suena del mismo modo en sus tímpanos, de ahí que acaben mascullando palabrotas. Los espectadores, a fuerza de cabreos, terminan por deprimirse cuando la realidad no se corresponde con la información registrada. Se resisten a comprender que los periodistas, igual que los jueces, no son neutrales. Tienen sus gustos y sus aficiones, y además, como a cualquier otro ser humano, le pueden pagar un sueldo o llenar la cartera para que diga lo que le manden. Hay tanta basura mezclada con la verdad y se lanza tan deprisa que no hay tiempo de reciclarla.

  Lo que llaman ahora redes sociales —Facebook, Twitter— se solapan a los bares, las salas donde está la máquina de café en los trabajos, el gimnasio donde acudes a hacer deporte, la asociación de jubilados donde echas la partida de dominó, el parque infantil con columpios donde llevas a las criaturas a que se desfoguen un rato o el cagadero de los perros. Simples lugares de encuentro donde se suelta la lengua mientras jadeas, bebes, ligas, curras, en fin, donde vives sin preocuparte en exceso por lo que dices o por lo que cuentan de ti, hasta que algo te electriza las neuronas y te lanzas a tumba abierta. La vida común y corriente, con sus renuencias y protecciones, suele ser cristalina. Da pábulo a los chismes, se intercambian cotilleos y rumores, se alumbran noticias de toda índole que, con frecuencia, engordan según pasan de boca en boca hasta degenerarse completamente.

  Gracias a las redes sociales, la aldea global es más campechana y pueril, pero también más ágil y concreta. Cualquier patraña se propaga como la pólvora gracias a este tipo de mechas. Actuando como cualquier agencia de noticias, nos convertimos en protagonistas de nuestras propias tonterías y según se vayan enlazando unas con otras en el marasmo de internet podremos alcanzar el éxito de una manera repentina. Aunque nos resulte incómodo, desconozcamos la forma de ponerle un freno o sacarle rentabilidad, fotos, videos, grabaciones y comentarios, se van engranando por los ordenadores del planeta hasta conformar enormes archivos, inabarcables registros de información donde se almacena la vida cotidiana de millones de seres humanos. Acojona que semejante fondo de armario pueda utilizarse un mal día en beneficio de las corporaciones y multinacionales que manejan el cotarro económico en todo el mundo, pero no podemos sustraernos a llevar una vida transparente. Nunca la opinión de cualquier individuo, por peregrina que sea, vale tanto como hoy en día y al mismo tiempo jamás ha valido tan poco.