El Cuaderno de Sergio Plou

      

lunes 28 de enero de 2013

Vuelven los tipos de negro




  Si mal no recuerdo, la primera vez que anoté la expresión «los hombres de negro» refiriéndose a los auditores de la Troika, o sea, a los ejecutivos del Fondo Monetario, el Banco Mundial y el Banco Central Europeo, entre otros, fue a raíz de leer un artículo de Niño Becerra, donde los comparaba de forma socarrona a los «Men in Black», los extrovertidos agentes de una película sobre alienígenas. Al margen de que entonces compartiera o no la visión del catedrático, la idea se me antojó una genialidad. Tener a unos tipos armados con bolígrafos de capacidades hipnóticas, que campan por el mundo fuera de la ley convencional y hasta del común entendimiento de los humanos, favorece un símil irresistible con los trajeados ejecutivos internacionales. Estos sujetos, mediante un estricto protocolo en su procedimiento, son enviados por las grandes entidades prestatarias de dinero para observar si los receptores del mismo cumplen con sus obligaciones monetarias. No llegan a un país para negociar, sino para obligarle a que tome las medidas que garanticen la devolución de la pasta en los plazos acordados. Lo más común, hace menos de una década, era que viajaran al África o a Latinoamérica para apretar las clavijas de sus mandatarios pero desde hace un lustro es más fácil encontrarlos ordeñando las economías europeas. Se han hecho tristemente célebres en Atenas y en Lisboa, también en Dublín, y desde el año pasado se vio a alguno de sus inspectores paseándose por Madrid.

  Los más conocidos son de origen danés, belga, finés y alemán, lo que propicia los clásicos chistes de nacionalidades. Un tal Paul Mathias, al que apodan Míster Ojos Azules, suele llevar la vara de medir y de azotar entre todos ellos, no en vano tiene a sus espaldas casi tres décadas de experiencia como esbirro del Fondo Monetario Internacional, donde le consideran un experto en crisis estatales. Dirigió el proceso de ayudas a Islandia y Rusia, además del rescate de Grecia, pero la mayor parte de su trayectoria profesional la prestó diezmando el Tercer Mundo. Servaas Derose, el belga, suele ocuparse de la estrategia y supervisión, elabora los informes del Ecofin —Consejo de Asuntos Económicos y Financieros, dependiente del Consejo de Europa— y es considerado como un auténtico neoliberal, hasta el extremo de que en Grecia lo apodan el hooligan. Por lo visto tiene una fijación especial con Italia y España, países a los que pretende meter en vereda. No falta en su cartera la lista de recortes correspondiente. Gert-Jan Koopma, el finés, es el hombre de la lupa. Basta un solo fallo en la documentación, por burdo que sea, para que se tire al monte pidiendo medidas contundentes y reformas estructurales. Y Jürgen Kröger, el alemán, es un profundo regateador, el tipo que marca los plazos.

  Los que he nombrado anteriormente son los grandes tecnócratas, los inspectores del proceso, pero en cada uno de sus traslados les acompaña una cohorte de ejecutivos, los que transportan y documentan la información requerida, y a los que suele verse —en época de portátiles y tabletas— acarreando gruesas carteras. Entre esta gente es raro contabilizar la presencia de una mujer y cuando se descubre lucen faldas tableadas y chaquetas con corbata, como si acabaran de licenciarse en alguna escuela californiana. Salvo honrosas excepciones, las personas que se dedican a la economía tienen la cabeza amueblada del revés. Confunden la ideología con las finanzas y la realidad con la imposición dogmática. Es como si sólo entendieran de números y las personas, al margen de sus problemas, tuvieran que adecuarse a sus medidas para resolver la ecuación. Los de la Troika, concretamente, no guardan ninguna contradicción interna a la hora de hacer cumplir las medidas firmadas. Son calificados como sujetos duros, fríos e incorruptibles, a pesar de que trabajan para unas organizaciones que pagan a escote los mismos países que mantienen este sistema de valores. Hoy llegan a Madrid con el Memorándum de Entendimiento bajo el brazo para comprobar si el gobierno cumple los objetivos fijados tras recibir una parte (cerca de cuarenta mil millones) de los cien mil millones de euros concedidos. Antes de irse, por lo visto, sellarán el clásico informe de recomendaciones —los consabidos recortes—, y desde luego a éstos no les temblará la mano al firmar el documento.

  Todos ellos tienen un sueldo garantizado y libre de impuestos, hasta el extremo de no perder nunca poder adquisitivo gracias a la aplicación de un coeficiente corrector en sus nóminas, las cuales oscilan entre los treinta y tres mil euros del escalafón más bajo a los trescientos y pico mil de los cuadros directivos. El seguro médico y el fondo de pensiones corre a cuenta del organismo, igual que el jardín de infancia, no en vano cobran un plus de trescientos euros mensuales por churumbel. Estos señores de negro, los que se jubilan a los 63 años cobrando el 70% de sus bonitos salarios, los que duermen hoy por el morro en hoteles madrileños de cinco estrellas, son los que certificarán la política de Mariano en materia de recortes sociales, desde la salud a las escuelas pasando por las pensiones, los funcionarios o la gratuidad de la justicia. Individuos mimados por la diplomacia internacional, tienen las espaldas muy bien cubiertas y actúan sin escrúpulos. Jamás se ven afectados por las recetas que ellos mismos prescriben y cuando les preguntas cómo es posible aseguran que así se garantiza su independencia y su imparcialidad.