No me veía volviendo al teatro. Pensé que era para un rato, por aquello de ayudar, pero me pudo la ilusión y ya llevo siete años, que se dice pronto.
La gente, así en general, no ha cambiado mucho. Sigue pensando que del arte no se come y que si no fuera por las subvenciones nadie se dedicaría a semejante tontada. Yo escucho estas simplezas y ya no me apuro, es que llevo toda una vida oyéndolas y por fuerza te acostumbras. La gente no quiere saber que las subvenciones nunca se cobran antes de empezar a trabajar sino después, mucho después, pero mucho y a toro pasado. Da igual. A la peña por un oído le entra y por otro le sale. Les encanta pensar que en la farándula vivimos del cuento y si fuera al revés (que el cuento vive de nosotros) pensarían que somos tontos, así que ya ni lo intento.
La realidad –quieran o no quieran oírla- es que las subvenciones te las pagan cuando ya te has embarcado en préstamos, los intereses te comen las tripas y te ves al borde de la ruina. Si no te has arruinado ya, que en el fondo es lo que pretenden. Que nos arruinemos de una vez. Así que no se engañen. Las administraciones no tienen ninguna prisa en pagar subvenciones artísticas, pero oye, con qué rapidez aflojan el monedero si levantan la voz otras empresas, no vaya a ser que se larguen a producir zarrios al culo del mundo, que les saldría más barato y les harían la cama.
Aquí la gente que se dedica al arte bastante hace con sobrevivir. Y en fin, ¿qué quieren que les diga? Es el rollo de siempre, que ya me cansa incluso a mí, que nací herniado, según mi madre, porque no tenía ninguna gana de nacer o porque ya me imaginaba el panorama que se me vendría encima.
Les hablo de estas cosas porque llega un momento en la vida que te das de bruces con el nirvana. Y a mí el nirvana me vino el otro día de sopetón, como las ganas de una siesta, cuando a punto estuvieron de hacerme levitar con una proposición deshonesta. Y me hizo gracia, porque la vi venir. Y no es frecuente que vea venir algo así, porque soy lento de reflejos. A ver, que en todos sitios cuecen habas y sé que hay criaturas, o sea, parientes muy cercanos, de esos gestores que se ocupan de dar faena a las personas que nos dedicamos al teatro, que acaban teniendo una epifanía, se vienen arriba y les da por dedicarse a actuar, hacer películas o pintar cuadros. Ya ves tú, con el pedazo de carrera profesional que tendrían por delante si trabajasen en Amazon, por citar un ejemplo en boga. Pero les da el pronto de ser actor o actriz, y además en esta tierra imposible, donde cualquier foráneo será mejor que tú - aunque sea peor - simplemente porque viene de fuera. Bueno, pues que había pensado dicho progenitor en contratarme para ver si le quitaba las ganas de actuar a su chiquillo. Que con la vida tan lamentable que llevamos los artistas, siempre en precario y viviendo de prestado, sólo le faltaba al nene que le diera por actuar. Chico qué pena, oye, que no gano para disgustos…
La verdad es que a estas alturas me he oído de todo. Y casi estuve por aceptar. Pero lo mismo era una sandez. O eso que los franceses llaman una “boutade”, algo que te cuentan para impresionarte, o para ver cómo respiras y a otra cosa, mariposa… Pero no sé, en ese instante sentí que se cerraba un círculo a mi alrededor… Porque si alguien que se dedica a fomentar el arte ve como un drama que uno de sus vástagos sienta una pasión - por fugaz que sea o por adolescente que resulte - hacia la interpretación, hasta el extremo incluso de haber pensado por un instante en contratarme para que le haga ver el lado oscuro de la farándula, es que ya resulta poco menos que imposible avanzar en este país tomando el rumbo correcto. Ese rumbo al que antes llamábamos Europa, y que ahora vete a saber en qué se ha convertido. Si es que existe. O sirve para algo.