Cincuenta años cumple Barbie. Dicen que esta muñeca  representa a las mujeres independientes con aspiraciones profesionales. A mí  esto me escama bastante pues mi visión de la Barbie, desde luego, nunca fue  esa. Cierto que no tiene nada que ver con muñecas que se dedican casi en  exclusividad a ser mamás, cierto también que no está hecha para ser maquillada  una y otra vez, y cierto también que circuló hace tiempo la historia de que  Barbie había dejado a Kent. Pero la estética de la Barbie a mí nunca me pareció  un reclamo hacia, o un alegato sobre, la independencia de las mujeres. Todos  sus accesorios, sus dimensiones imposibles y su vestimenta no me parecen  precisamente ni prácticos ni viables para ese desarrollo autónomo de las  mujeres.
        Una amiga de mi familia me regaló un día una Barbie. Por  aquel entonces yo era bastante más asertiva de lo que soy ahora. Con mucha  educación le pregunté a mi amiga si no podría cambiarla por un libro. Nunca más  me regaló muñecas. Mi prima, sin embargo, accedió en su día a agujerearse las  orejas a cambio de una Barbie. Y fue bastante feliz con su muñeca.  Personalidades diversas, que el vínculo sanguíneo no es determinante para crear  parecidos. 
Se celebra el cincuenta aniversario de Barbie en Barcelona. En Bruselas una veintena de eurodiputadas se manifiestan para exigir una mayor presencia femenina en la próxima Comisión europea (actualmente hay ocho mujeres y dieciocho hombres) para la que, por el momento, sólo se conoce el nombre de tres mujeres en las candidaturas presentadas. Plantean vetar la creación de la próxima Comisión (el mandato de la actual concluyó el mes pasado) si no se alcanza cierta equidad. En el portal abierto en internet para informar sobre el asunto y pedir apoyos, solicitan que al menos uno de cada tres comisarios sea mujer. Yo preferiría que una de cada tres comisarias fuera un hombre, aunque por preferir me quedo con la declaración que una de estas eurodiputadas hizo: “¡Para este desafío proponemos una comisión de 26 mujeres competentes!”
Para esta  manifestación las eurodiputadas aparecieron con un aspecto  marcadamente masculino. Se vieron sombreros  de ejecutivo, trajes, corbatas y hasta algún bigote pintado. Más Kents que  Barbies. Para reclamar mayor presencia de mujeres en los puestos de dirección  esgrimieron y levantaron los currículums. La performance de las eurodiputadas  me gusta. Me hace pensar y eso siempre es de agradecer. 
  ¿Es o ha sido necesario  apropiarse de rasgos típicamente masculinos para acceder al espacio de lo político?  En caso afirmativo, ¿nos sentimos cómodas haciéndolo? ¿Es la masculinidad o la  feminidad la piel obligatoria que cubre o debe cubrir los cuerpos en función de  un sexo dado? ¿Podrían los eurodiputados, tu vecino de enfrente, tu compañero  de trabajo o tu amigo travestirse por un día para reclamar algo que es justo  reclamar? ¿O tendrían miedo a que se dudase sobre su masculinidad y/o su  heterosexualidad? ¿Podrá verse algún día el género como algo difuso, como un  continuum, en lugar de percibirse como dos(!) espacios o categorías cerradas?  ¿Tendremos todas y todos la potencialidad de ser de un modo diferente al que  nos han impuesto? ¿Aceptarán alegremente los hombres abandonar la posición  privilegiada en la que ahora se hallan, a favor de una sociedad igualitaria?  Pero, ¿se plantean siquiera estar, efectivamente, en esa posición  dominante?
Las eurodiputadas me hacen pensar. ¿Y a ti?