El Cuaderno de Sergio Plou

      

miércoles 11 de denero de 2012

Exprimiendo el limón




  En la estafa bancaria que estamos viviendo, el estrato más bajo de la clase media está tomando posiciones. Su lema es no pagar las deudas contraídas, ni siquiera las que pudieran asumir en un futuro inmediato. Se considera una deuda todo lo que suponga un gasto, desde un billete de autobús a una lata de sardinas, de este modo nunca se vive por encima de las posibilidades sino por debajo de ellas, y se ahorra un pastón. Es una señal hacia el sálvese quien pueda. Debemos comprender que tan drástica medida no es fruto de una aguda reflexión: se produce por simple asfixia y se sostiene mediante la conservación del puesto de trabajo. Las capas sociales más desfavorecidas hace tiempo que viven entre la delincuencia y la economía sumergida, así que es cuestión de perder las vergüenzas, poner a prueba las habilidades y salvar los muebles. La pérdida de la compostura en la mitad de la tabla económica es un síntoma fundamental de hasta dónde ha llegado el deterioro en la convivencia. Abandonando apariencias y arriesgando prestigios todavía es posible mantener un atisbo del lujo antiguo, léase un viaje, salir un sábado o tomarse una cerveza. Cada cual asume gastos según nómina y el jornal se ha convertido en el talón más codiciado entre las entidades financieras. Ofrecen por él herramientas de última tecnología, incluso garantizan una cifra sabrosa si cambias de banco la domiciliación.

  Los sujetos que mantienen el flujo de un sueldo, observan que apenas llega a sus manos se evapora con rapidez. Las graciosas presentaciones que elaboraban en sus correos electrónicos —acerca de la volatilidad de las nóminas— sirvieron en su día para tomar conciencia de la situación y alumbrar de paso al remitente, pero ahora esas mismas personas que llamaban nuestra atención sobre los problemas económicos intentan colarse en el tranvía, descuidan ciertos productos en el supermercado o se van de rositas cuando llega la cuenta en la cafetería. Cualquier ahorro es bueno y los sablazos, igual que los hurtos, se vislumbran con anticipación, como si la sociedad entera hubiese escarmentado de golpe. Las listas de morosos, hipotecas impagadas, los embargos de vehículos y las asistencias a comedores benéficos, se solapan en la conciencia colectiva hasta crear nuevas conexiones neuronales, precipicios emotivos donde se unen los juicios, desahucios, subastas y tarjetas de credito en una pavorosa amalgama. Si al mismo tiempo contemplamos a la alta sociedad multiplicando sus beneficios, viviendo a todo tren y llenando la saca sin remilgos, no es raro que nazca en nuestra memoria un álbum de agravios tan poderoso que nos permita cambiar de paradigma.

  El paradigma es una palabra de moda cuyo significado se interpreta según conviene al interlocutor. Los ecologistas, por ejemplo, afirman que se acaban los combustibles fósiles y que estamos dejando el planeta hecho unos zorros, por lo que nos conviene buscar otro modelo de conducta, más sostenible y que tienda al decrecimiento. Los especuladores sin embargo están convencidos de que la única manera de salir adelante es comiéndose crudos a los demás, por lo que es inútil llenar el tejado de placas solares. A su juicio es más práctico cambiar el chip de la solidaridad y lanzarse en brazos del consumo sin ningún arrepentimiento, volviendo al carbón y a la leña si fuese necesario, olvidándonos de las prestaciones sociales como si fueran un lujo asiático y dejando que cada palo aguante su vela. Exprimiendo el limón hasta que no queden ni las pepitas.