Hablar del estado del bienestar que «gozábamos» antes de Rajoy, en comparación a los impuestos que se pagaban, me parece un chiste de mal gusto. En la época de Zapatero, de Aznar o de González, aflojábamos la mosca como si viviéramos en Finlandia pero las escuelas y los hospitales que nos ofrecían a cambio seguían siendo mediterráneos. Ahora que el Estado se apropia de casi la cuarta parte del precio que abonamos por cualquier producto, seguir asumiendo que disfrutamos de algún tipo de estado del bienestar se me antoja ya una tomadura de pelo. Que nos quieran acostumbrar a pagar dos y hasta tres veces por los raquíticos servicios públicos que nos entregan a cambio, como si fueran gratis o crecieran en los árboles, resulta asqueante. Más aún cuando el goteo de corruptelas y latrocinios nos asalta de una manera tan cotidiana que ya ni produce espanto. Hago esta reflexión para encarar hasta qué extremo llega la desfachatez del puñado de inútiles y maleantes que gobierna la península desde las últimas elecciones. Y hablo de la península, porque en Portugal también están muy contentos.
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Este contento tan generalizado se refleja en las calles de múltiples formas y las tropas encargadas de mantener a raya tanta euforia y tanto brote verde tienden a ensañarse con el mismo descaro de sus mandatarios, cada cual con sus herramientas pero siempre contra la población civil. Si el gobierno se nos mea en la oreja casi parece normal que la policía nos salte los dientes contra una pared, pero no debería de ser así. ¿No cree usted lo mismo? ¿Acaso no le dan grima esas estampas que nos traen de América? En ellas contemplamos a la policía yanqui reduciendo de lo lindo a sujetos anónimos, individuos que, por malísimos que sean, no se merecen el maltrato que le propinan varios desaprensivos de chapa y pistola. No debe de ser agradable tener delante a un chulo, a un prepotente o a un gánster y acabar comprendiendo que es policía. Y que el sueldo que se levanta se lo estamos pagando a escote. Pero es que estas imágenes se han importado a Europa y los protagonistas de las torturas y los apaleamientos, ya sea durante un interrogatorio que se les va de las manos o en una reducción que termina en linchamiento, pasean el mismo uniforme después por nuestras ciudades sin ninguna vergüenza. No se puede ir por la vida actuando como una horda, pero si es policíaca hablamos ya de un somatén. Esta palabra de raíz catalana, podría aplicarse como un guante a los mossos d'Esquadra, por eso supongo que el espectáculo que están dando terminará abriendo los telediarios de América, para que comprendan los yanquis que en todos sitios cuecen habas.
Del mismo modo que Obama aconseja a la NSA que modere su espionaje, cualquiera de los mandamases que dirigen las policías peninsulares tendría que decir a sus huestes que se moderen a la hora de someter a la población. Hay que tener en cuenta que la cuarta parte de cualquier manzana que nos podamos comer se la devora hasta el hueso Rajoy y toda su cuadrilla, entendiendo por cuadrilla esa casta de políticos y empresarios de postín, esas entidades financieras y grandes corporaciones que nos chupan la sangre con alegría. Así que no les conviene reventar a coces sobre una acera a los contribuyentes. Si no quieren atender a razones humanitarias o simplemente legales piensen con sentido común, porque una vez muerto el ciudadano no consume otra cosa que el nicho y el féretro en el que descansa.