El Cuaderno de Sergio Plou

      


lunes 4 de enero de 2010

Predicciones




  Me encanta hacer predicciones porque no acierto nunca. O me da por ser pesimista y se me presenta ante las narices un negro futuro o peco justo de lo contrario y el mundo se me antoja un derroche de luz y de color. Este fin de año lo he pasado en plan anacoreta, como si los huesos no dieran para más después de comerme las Antípodas. Es habitual dedicarse en estas fechas a echar un vistazo al pasado, hacer planes de futuro e intentar comprender qué diablos estamos haciendo sobre la faz de la Tierra, pero a medida que se van cogiendo años todas estas cuestiones desaparecen de la memoria, se esconden por la fuerza del presente y te limitas a cambiar de calendario tirando el viejo a la basura. En la basura, con su división por elementos reciclables, te cuestionas incluso si sirve de algo dedicar un segundo a subdividir tus detritus y si no será más conveniente acelerar el deterioro para que llegue cuanto antes el desastre colectivo que, en el fondo, es lo que estamos deseando. El catastrofismo de las películas americanas así nos lo confirma y los líderes políticos —si acaso es posible llevar las riendas de un país y no dejarlo hecho unos zorros, cosa que dudo— no mueven un músculo por remediarlo, de tan bien que viven y lo encantados que están de haberse conocido. La ingenuidad, sin embargo, parece inasequible al desaliento. Nos empeñamos en que la infancia continúe creyendo en las hadas, los reyes magos y el corte inglés, empujándonos a nosotros mismos a correr con los gastos de la ignorancia de nuestros vástagos, que ya no caben en el planeta.

  Haya crisis o la disfracemos de oportunidad, los billetes de banco siguen circulando por las calles y los televisores emiten anuncios para sufragar la industria del entretenimiento, el cloroformo con el que se amuerma a las gentes. No hay nada más hermoso que observar cómo se aferran los seres humanos a sus respectivos receptores de televisión; aunque no tengan un clavel que colgarse en la solapa, los conservan como oro en paño. Si necesitamos olvidar incluso el presente más inmediato, ¿cómo vamos a predecir el año que viene? Hacer el cálculo más nimio resulta una sandez. Con anuncios o con autobombo, lo único que podemos aventurar para este año que comienza es que los televisores seguirán ejerciendo el papel de chimenea, que continuaremos observando la pantalla igual que los neanderthales consumirse la hoguera, y que desde ella nos contarán lo que les venga en gana con el único propósito de que nada cambie. Es fascinante dejar que corra el tiempo igual que hace el agua cuando sale del grifo. Y ellos, los que tienen la sartén por el mango, lo saben. Aún cabría exigirles que contratasen a buenos guionistas, pero la realidad es que nos conformamos con cualquier cosa.