El Cuaderno de Sergio Plou

      

lunes 21 de marzo de 2011

Otra película del lejano oeste




  Las Naciones Unidas han dicho que sí y además el premio nobel de la paz —el mismo que no cierra Guantánamo— es el general en jefe, así que no cabe ninguna duda de que nos encontramos ante una guerra legal y hermosa, toda ella cuajada de excelentes principios y no menos brillantes razones. Se ha identificado a los buenos —los ayudantes del sheriff— y a los malos, que siempre son evidentes (Gadafi y su familia —muy parecidos a los Dalton— y todos sus mercenarios), de modo que la situación está clara y bajo control. Es un salto cualitativo con respecto a la última confrontación sellada en las Azores. Libia no es Irak, aunque se le parezca bastante. Las banderas de los aliados son más o menos las mismas, pero las jetas de sus jefes han cambiado. A los ojos de la prensa internacional venden mejor, sin embargo todos ellos están en caída libre, pierden poder en sus respectivos países y se apuntan a lo que sea para subir un ápice en las encuestas. Lo único que no cambia es la guerra, los aviones, los misiles y el petróleo. Se ha sustituido la presencia de armas de destrucción masiva por el derecho a intervenir ante una masacre por razones humanitarias, y como la causa es más molona nadie en su juicio se atreve a rebatir el argumento. A Bush, Blair y Aznar podrá encausárseles algún día —lo dudo— por crímenes contra la humanidad, pero Obama, Sarkozy y Zapatero se lo han montado tan guay que será imposible. Todos ellos han actuado como las industrias del armamento y las multinacionales de la extracción de materias primas les exigían según la situación. El disfraz podrá ser mejor o peor, pero las razones finales son en esencia las mismas. Y eso es lo lamentable.

  Tengan en cuenta que cada misil Tomahawk cuesta más de medio millón de dólares y los americanos, sólo el primer día de la guerra en Libia, han reconocido que lanzaron más de cien. Hagan sus cuentas y díganme si no podría haberse gastado esa fortuna en cualquier otra causa de mejor empeño. Incluso con los propios libios. Bah. Seguro que no. ¿Qué mejor causa que redimir a los pobres libios de la tiranía de su cacique? La jugada es redonda.

  La política y la diplomacia aprenden sobre la marcha y han avanzado un montón desde la segunda guerra mundial. La resistencia francesa estaba encantada de que le quitaran a Hitler de encima. Los alemanes se comieron a Hitler, a Paton, a Stalin y a toda la guerra fría que vino después (muro incluido). A los maquis nos les hubiera importado que los aliados les echaran una mano para quitarse a Franco de enmedio, pero no pudo ser, oiga, y es una pena. No tocaba salvar a los españoles de una dictadura porque esa dictadura, comparada con el comunismo, era a su juicio un mal menor. Los aliados suelen ser gente práctica. Sólo enseñan los dientes cuando sus intereses económicos están en juego y si pueden salvarlos de otra manera desde luego no hacen gasto. A mí me resulta enternecedor observar a los generalones europeos y americanos hablar de los rebeldes libios y de la población civil con tanto cariño y respeto. No sé lo que cobra esta gente tan desprendida por llevar el bien, la justicia y la democracia a todos los rincones del planeta, pero a este paso tendrán que doblarles el sueldo. No en vano han entendido que la propaganda, llevada hasta sus últimos extremos, resulta una herramienta maravillosa. No hay nada como democratizar a golpe de misil a todo el islam para adquirir a bajo precio sus recursos. El único problema es que se les vaya de las manos y monten un guirigay acojonante. Los misterios del Nuevo Orden Mundial resultan inextricables y, quién sabe, igual es lo que andan buscando.