Los amigos extravagantes
lunes 18 de abril de 2011
© Sergio Plou
Artículos 2011

   La extravagancia depende del entorno. Si decimos que la sociedad en la que vivimos rebosa de raros individuos es probable que en verdad las únicas personas extrañas de todo este ámbito seamos nosotros. El anterior presidente de gobierno de este país habló del actual jefe de los libios, o al menos del jefe de una parte de ellos, como si de un amigo extravagante se tratara. Ha despertado cierta incomodidad en las cancillerías que Gadafi todavía gozara de su amistad y sin embargo no produjo ni frío ni calor su extravagancia, tal vez porque en el conjunto de sus colegas lo grotesco sea un espacio común. Una obviedad, a la que no merece prestarle demasiada importancia.
  Un «rara avis» puede ser un tipejo o un mamarracho, tan pintoresco resulta un chalado como un excéntrico o un adefesio, depende del punto de vista. Lo importante, como decía Felipe González, no es que el gato sea blanco o sea negro, sino que cace ratones. Y Gadafi ha sido hasta ahora una buena mascota, un tanto díscola para los jefes, pero no más que Bush o Berlusconi. A mí, el señor Aznar se me antoja un personaje ridículo y singular, pero jamás se me ocurriría tenerlo entre mis amigos, ni siquiera en los del Facebook. A Gadafi, esperpéntico donde los haya, tampoco. Y de intercambiar petróleo por bombas de racimo ni siquiera voy a hablar, porque no tengo ninguna posibilidad de llevar a la práctica semejantes trueques. Zapatero, lo mismo que Aznar, González, Calvo Sotelo, Suárez y así hasta llegar a los títeres de Franco, vendieron armas al tercer mundo sin ningún remordimiento de conciencia. Entre los individuos más estrafalarios del planeta es de lo más vulgar mantener amistades corrientes. Ellos lo guisan y ellos se lo comen, los demás, la mayoría silenciosa, simplemente se indignan o reciben la descarga.
  La apariencia y los hábitos no desarrollan por sí solos carácteres apropiados, así que para entrar por derecho propio en el club de los amos conviene tener poder y utilizarlo sin escrúpulos. Se trata de multiplicar los beneficios. Si los líderes de occidente lo hacen bien, cuando acaban sus mandatos pasan de manera automática a formar parte de los cuadros directivos de las grandes empresas. Trabajando para las multinacionales y las corporaciones, los únicos negocios que pueden costear sus sueldos, dan la impresión de que estuvieron colaborando con ellos mientras gobernaban y que por los servicios prestados reciben a cambio nuevas poltronas y jugosos intereses. La telaraña que se crea causa asombro a los ingenuos, entre otras razones porque están convencidos de que la democracia representativa es el mejor de los sistemas posibles.
  Observando a toda esta camarilla es complejo afirmar quién es más o menos extravagante, no caben dudas sin embargo a cerca de su amistad. Es siempre una amistad interesada y cambiante. Hoy, por ejemplo, Gadafi es amigo del Mosad y enemigo de la OTAN. No es una cuestión de buenos y malos, sino un asunto de pasta gansa. Y cuando se habla de dinero las amistades son volubles y caprichosas. Basta con desplazar el dedo por el globo terráqueo apenas un millar de kilómetros a la derecha y los enemigos de tus amigos te acogen con los brazos abiertos e incluso te montan una fiesta. Acostumbrados a la ética y los valores, a las banderas y al honor, el espectáculo puede parecernos hiriente. Pero los que hacen negocio a costa de nuestros prejuicios lo tienen muy claro.

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