El Cuaderno de Sergio Plou

      

viernes 18 de enero de 2013

La saturación




  A quienes llevan décadas buceando en la ponzoña no les habrá pillado por sorpresa el hallazgo de veintidós millones de euros en Suiza, primorosamente almacenados en cuatro cuentas por el anterior tesorero del partido popular. Dicho sujeto —un tal Bárcenas—, debe ser intocable porque una vez descubierto su tesoro todavía disfruta de un despacho con su correspondiente secretaria y coche oficial en la sede madrileña de la calle Génova. Preguntados los miembros del gobierno por el asunto terminan por desentenderse, de modo que el fulano acabará subiéndoseles a la chepa y a lo que te descuides campará a sus anchas. Es de sobras conocido que en esta democracia, supuestamente representativa, los partidos políticos se financian de forma legal (mediante el dinero que reciben de las arcas públicas según votos y escaños que ganan en las elecciones) y de forma ilegal (cobrando mordidas por la adjudicación de obras, licencias y favores). La primera fórmula está auditada en teoría por el Tribunal de Cuentas, una entidad que, como el Senado o el Consejo de Estado, funciona igual que un cementerio de elefantes. La segunda tiene multitud de variantes localistas repartidas por toda la península, lo que ha extendido la corrupción de tal modo que los partidos sin sombra de sospecha pueden contarse con los dedos de una mano. Y en muchas ocasiones sobran dedos. Así que es probable que si te encuentras en el suelo de un bar un abultado sobre con veintitantos mil euros (como ha ocurrido recientemente), y en un arrebato de honradez decides devolverlos, te conviene saber que igual los ha perdido el último diputado que pasó por allí y que, con toda certeza, era del partido popular, al que sin duda le quemaban los billetes en el bolsillo.

  Se ha demostrado que bastan dos legislaturas en el poder, ya sea local, autonómico o estatal, para que se construyan en las instituciones aparatos de gobierno en paralelo, con el propósito de recaudar fondos para el partido que manda en ellas y derivando favores, regalías y hasta sobresueldos a los interesados. Estas estructuras piramidales actúan de manera clientelista, están conectadas de tapadillo con las cúpulas dirigentes y maniobran con una libertad especial. Esta libertad a la hora de cortar el bacalao es lo que permite al resto de los mortales que nos enteremos de sus embrollos y trápalas. Gracias a que el paso del tiempo crea la arrogancia por costumbre, la impunidad con la que maniobran estos sujetos origina tal número de anécdotas y trapisondas que sus andanzas terminan abriéndose camino en la opinión pública. Entonces aparecen áticos millonarios, cuentas en Suiza, reparto de fajos e inefables métodos de recaudación mediante cajas de zapatos. Todos estos tejemanejes se realizan con tal descaro que originan tramas como la Gürtel, capaces de acabar incluso con la carrera de un juez. Y total para nada. No se puede pedir sacrificios a la gente mientras vives la vida loca. No se puede desmantelar la sanidad y la educación para regalar los servicios a las empresas de los amigos. No se puede condenar a millares de personas discapacitadas a su suerte, ni tirar a los desahuciados a la calle, ni dejar a los desempleados en la estacada mientras los responsables de toda esta noria de recortes disfrutan de magníficos sueldos, lujosos domicilios y viajes por el filete en clase preferente.

  El espíritu de la transición, el consenso y los pactos, trajeron la alternancia en el gobierno de los dos partidos mayoritarios y con ella la imposición de un sistema económico que no permite grandes diferencias entre ambos. A estas alturas de la democracia es lógico, cuando menos, aceptar el deterioro de las estructuras. Es el primer paso para comenzar a sanearlas. En pleno austericidio de la población no cabe encogerse de hombros y responder que no les consta que fulanito o menganito se lo estuviera comiendo crudo. Es tan significativo como conceder indultos a torturadores, condenados judicialmente, por el mero hecho de ser policías. O librar de la cárcel a un conductor suicida porque en el bufete que lo defiende trabaja un hijo del ministro. Todas estas basuras, aunque se encubran, tarde o temprano salen a la luz y resulta esperpéntico que sus protagonistas vayan a su bola como si no hubiera ocurrido nada. Parece que vaya implícito en sus honorarios responder con silencios, mirar al techo y negar la evidencia. Hay que tener la cara de amianto. Salta a la vista que la saturación de la sociedad les importa un comino, pero alguien debería meter en vereda a los impresentables y a los mangantes. No hay ninguna necesidad de que se pudra completamente el panorama.