El Cuaderno de Sergio Plou

      


domingo 30 de diciembre de 2012

Hórror vacui




  El año que viene está a la vuelta de la esquina, de modo que es tiempo de hacer inventario y cuadrar las cuentas, cubrirse de gloria y de buenos propósitos o, por el contrario, colgarse de una viga. No hay tintas medias. Al pánico se le llama hoy realismo y está tan de moda ser realista que las felicitaciones virtuales vienen cargadas esta vez de episodios incomprensibles. La peña se compromete a no apuntarse a un gimnasio en el que, con esfuerzo, igual durará cuatro semanas y a desentenderse también de las clases de inglés, que no le servirán para viajar ni conseguir empleo alguno. La imposibilidad de alcanzar objetivos debió empujarles en otra época a la bebida. Sin encontrar allí otra razón que la pérdida de conciencia, comprenden ahora que el mero hecho de pillar un melocotón les desbarataría el presupuesto, de modo que se rajan antes de embarcarse en nada y eso que se ahorran.

  El dinero es un bien fungible y el ahorro lleva trazas de ser un síntoma de emprendimiento, algo así como el núcleo duro de la investigación y el desarrollo. No en vano la gente siente que se desarrolla como persona a medida que no gasta un céntimo. Nos hemos vuelto tan emprendedores que, para demostrarlo, la emprendemos ya contra nosotros mismos y de tal manera recortamos lo superficial que nos quedamos en el chasis. Así que el balance del año que acaba suele enredarse con los proyectos venideros hasta crear un vasto nido de renuncias y negaciones. No es una actitud optimista, pero de donde no hay no se puede sacar. Por eso la sociedad se atrinchera en sus inmuebles a pasar el asedio. Lo chocante es que, cuando se relacionan, utilizan los refranes como si fueran eufemismos y para darse un coraje inapropiado afirman que resistir es ganar. De esta manera mantienen por encima de mínimos su nivel de competencia. Aún creen los ingenuos que un día escampará.

  Con el único propósito de pasar inadvertidos, nuestra capacidad de investigación se emplea a menudo en el camuflaje. Mientras tanto nuestras innovaciones van derivando hacia lo artístico, en el sentido de que se considera un arte llegar a fin de mes. Sólo es cuestión de tiempo que volvamos a las carretas y levantemos una carpa. Pero invertir, lo que se dice invertir, se confunde a menudo con cubrir los imprevistos. Arreglar o reemplazar lo que se rompe, desde un paraguas a una batidora, alcanza el rango de una inversión. Tal es así, que a menudo se lamenta. En este caldo de cultivo sólo cabe el asombro de no haber muerto por el camino, quizá por esa causa nos comprometemos a mantener la salud en su punto álgido, no vaya a ser que el año que viene nos arruinemos por un empaste o unas cataratas.

  En lo que concierne a un servidor, tampoco puedo quejarme. Caigan ustedes en la cuenta de que semejante expresión —que imposibilita los lamentos— está en labios de todo el mundo, aunque signifique cosas distintas según quien la emplee. Antaño se usaba para no detallar tus problemas, no fuera que al compararlos con los de tu vecino se valorasen como de menor cuantía y degenerase la charla hacia la envidia o el sablazo. Ahora no puedes quejarte porque es un derroche de energía. Nadie habla de que se ha comprado un vehículo o de que pretende largarse de viaje a las Maldivas, ahora lo que mola es presumir de los días que llevas sin poner la calefacción. Sintonizamos en otra onda, concretamente en la corta, y con suerte igual vendemos el móvil y la televisión para volver a la radio, no me extrañaría nada. Sin ir más lejos, durante este año que termina, he tenido la dicha de sorprenderme cambiando unas cuantas cosas. Entre otras, los cigarrillos convencionales por los clásicos de liar. Todavía desconozco si se trata de un ahorro o de una inversión, pero tengo claro que esta medida la practicaban mis abuelos, así que de innovadora sólo tiene los filtros. También he vuelto a cambiar de domicilio, siempre como inquilino. Aunque en esta ocasión, y sin que sirva de precedente, no tuve necesidad de cambiar de calle. Esta circunstancia desarrolló momentáneamente mis músculos, al menos durante el traslado, invirtiendo toda la fuerza de los mismos mediante el uso de una carretilla. Jamás una mudanza salió tan barata ni me duró tanto acabarla, pero el espíritu de sacrificio es un valor en alza y quien mueve los músculos mueve también el corazón. Así que nos aguarda a todos un año nuevo casi antiguo, de principios del siglo pasado.