El Cuaderno de Sergio Plou

      


viernes 29 de mayo de 2009

Bukkake




   No tenía ni idea de lo que era un «bukkake» hasta que el más pequeño de mis hermanos, que está sobradamente crecido, me envió un mensaje al movil preguntándome por el significado de este neologismo nipón. En el ámbito familiar es corriente hacer preguntas con el propósito de averiguar si estás al cabo de la calle o dormitas en Plutón. Con ciertas palabras es inútil acudir al diccionario de la Real Academia, al María Moliner o al Panhispánico de Dudas, así que vas directamente a Google o la Wikipedia para responder airoso y salir del embrollo en tan fraternal solicitud. He de reconocer, sin embargo, que al hallar la respuesta me dio un blancazo. Le siguió un crujido de cervicales, que me dejó sumido en una profunda estupefacción. ¿Le iba a mi hermano el Hentai o estaba de guasa?

   Si no ves la tele se te abre un abismo con el submundo exterior. De haberme sentado frente a la caja boba ya estaría en la onda de los menudillos pornográficos. En los tajos —o en lo que queda de ellos— no se habla desde hace meses de otro asunto, de hecho se menciona el «bukkake» igual que un comodín y se utiliza hasta el hartazgo como sinónimo de gastar una putada mientras se disfruta en el empeño. El término, empleado de forma escatológica y con cierto recochineo, lo mismo sirve para poner de patitas en la calle a un empleado que para tender una trampa a un compañero en el curro, cualquier situación desagradable y placentera al mismo tiempo sirve como sinónimo de «bukkake». No hace falta tener una vista de lince para comprender que todas las interpretaciones transpiran un tufillo machista de lo más soez. El caso más similar ocurre cuando se emplea el sonoro verbo joder, utilizado con la insana intención de infligir daño. Es tan habitual este uso que en el subconsciente colectivo rara vez percute como sinónimo de hacer el amor.

   El lenguaje castellano ha encontrado multitud de palabras para expresar un sentimiento fornicativo que eluda precisamente la jodienda, dando a entender que la acción sólo permite el goce mediante la humillación. O se es víctima o se es masoca, incluso ambas, pero fuera del espectro quien emplea el verbo en su forma peyorativa ya no está jodiendo, hace otra cosa. Con el «bukkake» ocurre tres cuartos de lo mismo. Mediatizado bajo un neologismo asiático reduce lo exótico a un simple eufemismo. Igual que con la «lluvia dorada», el hombre que utiliza el «bukkake» se cree un tipo superior, al menos en su propia inopia.

    Allá cada cual con sus prácticas siempre que las realice entre adultos y en absoluta libertad, pero al utilizar las palabras en un sólo sentido, generalmente el más nefasto, nos damos a entender más de lo que quisiéramos. Reconozco que llega un momento en que aburre lo divulgativo, que es más simplón cebarse en el amarillismo de las cadenas de televisión y dejarse llevar por la marea. Hay que reflexionar un minuto de cada cien para entender que por caminos trillados, por mucho que nos riamos, no se avanza un metro.